El martes pasado coincidía la visita al otorrino con la sesión de tratamiento. Ha sido el día más largo que hemos pasado en el hospital. Entramos a las ocho de la mañana y salimos a las nueve de la noche.
Parecía que todo iba rápido, sobre las diez ya estábamos en la habitación y los niños, con el portacat pinchado, preparados para comenzar. Pero, la doctora no consiguió convencer al otorrino para que subiera a planta y, viendo que el inicio del tratamiento no llegaba, decidió que en lugar de perder el tiempo, bajáramos a la consulta del otorrino. Nada más llegar nos atendieron. Santi no se dejaba mirar los oídos, no podíamos ni subirle a la camilla. Finalmente, entre el médico, la enfermera y yo, lo conseguimos aunque me parece que tanto esfuerzo no valió la pena porque el doctor casi ni le miró. Para lo que hizo podíamos habernos ahorrado la pelea. En fin, le pidió otra prueba de audición para comprobar si ha habido algún cambio con los drenajes. Se supone que su audición ha mejorado aunque nosotros no hemos notado cambio alguno. Quique fue más fácil, aún tiene poca fuerza y se deja mirar. Está igual que el hermano, lleno de mocos así que también necesita drenajes. Ahora debemos esperar a la operación.
De nuevo en la habitación, iniciaron la medicación ¡¡¡¡a las 12:30!!!! Increíble, a esa hora a veces está Santi terminando. Y para colmo a Enrique no se le ocurrió otra cosa que, en un despiste mio, arrancarse la aguja y encima lo hizo coincidiendo con el cambio de turno de la enfermería. La enfermera, en lugar de volver a pincharle puso como excusa que estaban preparando el turno de tarde y le dejó el caso a sus compañeras. Por eso Quique tuvo que esperar una hora y media hasta que el turno de tarde, ya establecido, volvió a pinchar el portacat y a reanudar el tratamiento.
Entre el otorrino y el cambio de turno perdimos muchísimo tiempo. Así, el martes pasado cenamos en el hospital.
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